domingo, 1 de febrero de 2015







Porque para que exista la luz tienen que vivir las sombras...







LA TORRE DE LA VELETA


Desde el primer momento supe que se metería bajo mi piel y poseería mi espíritu de forma inexplicable.
A pesar de que durante el invierno había llovido bastante, era un verano contra todo pronóstico, caluroso.  Aquella tarde de julio ví por primera vez esa torre alta, cuadrada, perfecta, que parecía volar sobre un jardín maravilloso que a sus pies se extendía, volaba incluso sobre el pequeño pueblecito erigido arañando la montaña, desgarrándose sobre una peña gigantesca y vertical. 
 En la puerta grande cerrada al mundo rezaba casi descolorido:
"Asilo de Carmelitas", y unas pocas palabras más semiborradas por el tiempo que hablaban de fechas y agradecimientos.  Decidí  investigar por mi cuenta preguntando a la gente: -"Plan de vacaciones"-, anoté mentalmente.
Pero..., cuando quise darme cuenta la muchacha ya estaba junto a mí, no conseguía saber de qué hablaba, sus ojos me tenían hipnotizada: ¡dorados! como las piedras del lugar confundiéndose con el paisaje.
Volví...,¿si quería ver el Asilo por dentro?, no lo pensé.  Entramos y se abrió ante mí un mundo irreal y fantástico que parecía transportarme a los cuentos que oí de niña.
Aquellos días de vacaciones quedarían para siempre entre los recuerdos de mi vida.
Seguí a la muchacha a través de un patio con baranda corrida repleto de geranios blancos y con una  bóveda de cristal transparente, era como encender una linterna en la oscuridad y no ver más que lo que se alumbra.
-Me llamo...-,  decía y movía la cabeza de un modo gracioso e infantil.
-¿Vives aquí?- le pregunté -
-No, sólo paso los veranos con mi abuela Victoria y la vieja tata Isabel, ya ve, -dijo refiriéndose a la casa-, que es bonita y fresca, todo en ella invita a mantener conversaciones  eternas y el pueblo es muy agradable-.
-Pero te aburrirás aquí tú sola, -dije-, aunque supongo que tendrás amigos de tu edad-
-No, no me deprimo si es a eso a lo que se refiere, me gusta la soledad, pero venga por aquí y le presentaré .-
Me asaltó en aquel momento una duda: ¿y si aquellas señoras se molestaban por haber entrado?, bueno no pasaba nada, siempre podía saludar y si el ambiente era poco amigo de visitas cambiaría unas pocas palabras y con alguna excusa tonta saldría de aquella casa...
¡Aquella casa!, que parecía marearme con su luz blanca, sus flores blancas, los muebles cubiertos por sábanas blancas...,dudé, quizás  acabasen de llegar y no habrían tenido tiempo de abrir la casa en todo el sentido de la palabra.
Salimos al jardín dejando a la izquierda una escalera que seguramente, deduje, conduciría a los dormitorios y que se perdía en una especie de neblina, de nube irreal.
Empezaba a caer el sol y sobre la sombrilla blanca bajo la cual estaban sentadas dos ancianas, parecía derramarse un haz de luz que hacía que la escena se trastocase en algo muy parecido a un sueño.  Decididamente, pensé, tengo una imaginación desbordada, aunque no dejaba de reconocer que me sentía extraña, intranquila, no sé...
Olía a jazmines.
Recuerdo que al instante siguiente ya estaba sentada con ellas tomando agua limón y comentando mi vida con unas extrañas que de repente ya no lo eran. Mientras, el día iba cerrándose poco a poco y las cosas parecían no ser tan importantes ni la vida tan primordial. La paz de aquel lugar, la conversación silenciosa, las miradas dulces, el zumbar monótono de las moscas y el canto de las chicharras envolvían la escena y ya no era yo sino un teatro que ante mí se desplegaba.
Pero, ¿quién sería aquella señora, Victoria creo que dijo la niña, cómo podía saber tanto de mí si acababa de conocerla?.
Su conversación sencilla y cariñosa me había envuelto, era como si fuésemos amigas de siempre, era como estar en el cielo, bueno creo, aunque por supuesto no he estado allí, quiero decir que era una sensación suave, agradable, una felicidad, un no sentir, ¿será así estar muerto?.
El tiempo parecía no pasar, la vida estaba detenida en aquellos minutos.
El cielo descendió confundiéndose con la tierra  con nuestro ir y venir de palabras bajo la sombrilla, con las palmeras del jardín, con las flores, embriagándonos, saturándonos.
No sé si realmente contaron alguna cosa de ellas, creo que dijeron algo de su casa de la ciudad, hablaban de abanicos, de que las modas siempre vuelven, de flores, de promesas, de ilusiones, de la juventud, ¡de la vida!.
Pura magia eso era,casi  como tener estrellas en la propia habitación.
...Tal vez al pasar el tiempo no recuerde las cosas tal y como sucedieron, pero mi alma se llenó y mi corazón despertó...
Sentí que se hacía tarde que debía irme.
Insistieron en que me quedara a cenar con ellas pero algo, no sé, me decía  que era hora de volver a casa.
Una vez más les dije adiós y al besarlas noté la suavidad de una piel delicada, el perfume a jazmín.  Prometí que volvería a verlas otra vez y me aseguraron que no lo ponían en duda.
Salí, la niña aún me decía adiós desde la puerta mientras los visillos blancos de los balcones bailaban .  Al día siguiente volví a ella.
-No llame más señorita  ahí no vive nadie-,me decía un hombre cuando vio que insistía una y otra vez sin resultado.
-¿Cómo que no vive nadie en esta casa?-
-No ,  hace ya algunos años que las señoras no volvieron más a abrirla en los veranos, era cuando venían ¿sabe ?, murieron en la ciudad, un accidente -
-¿Pero...?-, comenté aturdida-
El hombre no escuchaba, estaba ansioso por continuar su historia, seguramente por la cara de sorpresa que debió de verme.
-Ya le digo algo de un coche, de un abanico que cayó sobre el conductor  resbalándosele de la mano a la señora en una curva, en fin una de esas cosas tontas que se llevan la vida sin darnos cuenta.-
-Pero había una nieta-,pregunté.
-Si, si, ya la veo muy enterada, iba también con ellas. Dicen en el pueblo aunque yo no lo creo, que de vez en cuando se vienen a veranear y a hablar con los forasteros, han llegado a asegurar que se los llevan con ellos "de vacaciones" pero son chismes de viejas, ¡no vaya usted a creer!, bueno, adiós señorita-.
Ahora  los años siguen pasando, pero sé que llegará un día en que vuelva a sentarme bajo aquella sombrilla blanca al atardecer de mi tiempo y en la quietud de la eternidad, reanudaremos aquella conversación serena en la paz de una cálida tarde de verano...
La niña... ¡no consigo recordar su nombre...!.




2 comentarios:

  1. Qué preciosidad de relato! me alegra mucho volver a leerte!!!! Un beso enorme!

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  2. ¡Muchas gracias preciosa por tus palabras!, es realmente un honor. Y decirte que el lugar existe, lo descubrí un verano, hace algunos años en unas vacaciones. Una vez más, gracias, de corazón.

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